Es verdad que existen esos días que no
deberían existir. Días que llegan como todos. Entran por la ventana de tu
cuarto y pasan desapercibidos. Empiezan siendo casi como cualquier otro día. Se
paran de la cama, se lavan los dientes, desayunan y hasta leen el diario, como
días normales. Sin embargo, no pasa
demasiado tiempo antes de que esos días empiecen a revelarse. Tal vez de manera
brusca o tal vez no, pero se hacen notar. Comenzarán pisándote un pié o algo.
Luego esconderán tu corbata preferida o quizá descompondrán tu auto. Pero no se
detendrán allí. Tú sabes hasta donde llegan esos días de los que te hablo.
Esos días van a golpearte bajo, justo
donde no esta permitido golpear. No tienen escrúpulos. Van a golpearte vez tras
vez y precisamente donde vean que te duele, es donde van a golpearte de nuevo.
Lo harán hasta tenerte de rodillas, tan vencido, que ni siquiera suplicaras que
te dejen en paz. Por el contrarío abrirás los brazos y los ojos, y por ellos
sabremos del recibimiento que merece tu impotencia. Esos días van a estafarte.
Van a comprarte todo lo que tienes y te pagarán con billetes de falsa
esperanza. Y no hará falta más que un día de esos para que logres conocerle
hasta los lunares a la soledad. Pero no la del hombre, que esa no les basta.
Van a hacerte conocer la soledad de ellos, que no tienen anocheceres que los
quieran, ni amaneceres que no les teman.
Te hablo de esos días que saben que
no deberían existir. Esos que se odian tanto a sí mismos que casi se revientan,
contigo adentro. Y ay de ti que no eres día, ni noche, ni amanecer, sino
hombre. Ay de ti que tienes madre o esposa o hijos, porque el día también los
golpeará. Ay de ti que ese día querrás dormirte antes, y ya en la cama te acordarás
de mí y me preguntarás si por casualidad mañana él seguirá allí.
Y yo que te responderé con la verdad
de lo que he vivido: al día siguiente, te levantarás temeroso de tus pies, pero
esta vez el día tendrá cuidado de no pisarlos. Irás a vestirte y tu corbata de
la suerte estará frente a ti. Te la pondrás rápidamente. El mecánico llegará
temprano. El auto sólo tenía un cable suelto y encenderá maravillosamente.
Luego, ya con menos miedo, te atreverás a volver el rostro para verlo. Allí
estará el día, mirándote con su sonrisa inexplicable, hablándote al oído, casi
como aupándote a empezar de nuevo. Tú le devolverás la sonrisa sin saber si le
sonríes a él o sólo lo haces de felicidad, al darte cuenta de que es otro.
Cerrarás tus ojos y sentirás un gran alivio. Pensarás un poco en aquel día que
pasó y te provocará escupirlo y gritarle ¡Sobreviví!. Pero no lo harás porque
desde el fondo de tu estomago sabes que tal vez mañana o pasado otro vendrá, y
un tiempo después tal vez otro, hasta que finalmente llegué el invencible. Es
verdad, existen esos días que no deberían existir.
@Un_tal_Gabriel
Un texto por Gabriel Campos
© todos los derechos reservados